Estoy recibiendo cientos de mensajes conectándome con la iniciativa de Martín Varsavsky de poner en marcha un «DOGE español»; es decir, una auditoría ciudadana de los contratos públicos.
Aunque no doy abasto a contestar, gracias de corazón por vuestros mensajes y su tono cariñoso, positivo e ilusionante. Al tiempo, descarto participar en la iniciativa de Martín, como siempre he descartado participar en iniciativas de un signo o del contrario. Como últimamente también arrecian los mensajes animándome a implicarme en la política o en los partidos políticos —un movimiento que tampoco contemplo— he creído conveniente compartir esta reflexión explicando mis porqués.
Tal como yo lo siento, los últimos 20 años están siendo de una polarización acelerada. Las redes sociales son un ingrediente primordial de este cóctel, y no digo que ello signifique —a mi entender— que son necesariamente perniciosas.
La polarización es un choque de cosmovisiones. Es un enfrentamiento civil entre las múltiples formas de ver el mundo. La política de las últimas décadas ha catalizado y capitalizado este proceso, sabedora de que los humanos, las personas, construimos una parte de nuestra identidad proyectándola en los valores de un grupo de afines. En otras palabras: somos porque pertenecemos.
En las últimas dos décadas los partidos políticos han aprovechado y acelerado, como digo, esta naturaleza inherentemente humana, prescribiendo cada vez más no ya soluciones concretas a los problemas complejos que como país tenemos en nuestro desarrollo cotidiano sino sistemas morales. Y los medios de comunicación participan con entusiasmo de esta transformación: la política ya no es el arte y la técnica de gestionar lo público. La política ahora es un proveedor de identidades.
Pienso que la afirmación de nuestra identidad individual se asienta en un sentimiento de pertenencia a un grupo. En otras épocas era la religión la encargada de proveer este sistema de valores. Pero el espacio menguante que la religión deja está siendo, de un tiempo a esta parte, ocupado por la política. Y del mismo modo que en otro tiempo el creyente era la contraposición afirmativa del infiel y la virtud era la negación del pecado, la ideologización actual necesita también de un antagonista. «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón».
Así es como llegamos al abismo actual de nuestra era, en el que la identidad propia se construye negando la del otro: no es quién eres lo que te define, sino qué odias lo que te construye. El resultado es ensordecedor: es este cenagal de ruido y decadencia que destruye buena parte de la energía constructiva de nuestra sociedad y lastra —o directamente impide— los intentos de avanzar.
Quienes leéis por aquí mis reflexiones y trabajos sabéis que nunca me he inmiscuido en esa reyerta de partidos políticos, siglas y cosmovisiones. Trato de dirigir mis esperanzas a un cambio en la Administración pública, no a un cambio de gobierno. Pienso que tiene más sentido cambiar la cultura que cambiar los gobernantes.
Quizá alguien tenga la tentación de tachar esta actitud mía de equidistancia, ese término de la geometría que ha saltado a la política con una connotación despectiva. Pues permitidme contestar con un poco de sorna que el álgebra y la geometría contemplan también un término con el que yo me identifico mucho más: la ortogonalidad. Y es que así es como entiendo mi personal posición: como ortogonal al plano de la pelea de bandos. Que no tiene puntos en común. Que es ajena. Que es independiente.
Y es que pienso también que somos muchos, muchos más de los que parece, los que estamos hartos de este estruendoso fragor de la batalla cultural, del choque de ideologías, de la propaganda, del proselitismo, de las consignas de un bando o del otro. Los que no queremos vernos atrapados en este choque de formas de entender el mundo. Nuestro país no es así. ¡No somos una sociedad dicotómica! No somos una sociedad dividida. Están intentando dividirnos y enfrentarnos, pero nuestro país no es así.
Podría decir mucho más sobre este tiempo que vivimos y mis razones para abstenerme automáticamente de participar en toda iniciativa, la que sea, si es susceptible de ser utilizada para enfrentarnos unos a otros y dicotomizar los complejos problemas de nuestro tiempo.
Todo mi agradecimiento a quienes seguís por aquí mi humilde camino. Todo mi respeto a Martín y a quienes discrepen de estas personales razones mías. Yo seguiré mi modesta senda intentando contribuir a mi país desde fuera de la pelea ideológica y con las únicas herramientas a mi alcance: la tecnología, la ciencia de datos y la ingeniería entendida como la búsqueda de soluciones eficientes.